martes, 24 de febrero de 2009

El grito sagrado

Pablo Chavarría anotó un terrible gol para que Belgrano le gane 1-0 a Instituto en el Chateau. El delantero fue figura.

En instante. Un momento único. Casi imperceptible. Un detalle en medio de un mundo. Un suspiro. El momento preciso. El segundo imaginado. El haz de luz que ilumina la oscuridad y la transforma en arco iris. El espacio vacío entre el “pegale” colectivo del “gooool” masivo. El sonido del silencio multiplicado por las voces emocionados. Las manos en la cabeza de los que ya no creen. Los brazos en alto de los que nunca perdieron la esperanza. Las lágrimas de los más cercanos. El recuerdo de los que ya no están.

Todo eso en un período mínimo de tiempo. Todo eso en el momento en que las piernas largas de un pibe de pueblo se transforman en un superhéroe. Todo eso que termina por convertirse en un paraíso en estas épocas de crisis de todo tipo. Porque el mundo está lleno de picapiedras. Porque el fútbol está lleno de picapiedras. Porque Belgrano está lleno de picapiedras. Y ese segundo crucial hace que el tiempo corra más rápido que nunca. Que se detenga por un instante. Que el segundo sea minuto, hora, días, meses. Que los picapiedras dejen de existir para darles lugar a los supersónicos.

Todo eso en pocos segundos. Todo eso logró Pablo Chavarría ayer. El delantero de Belgrano le devolvió la fe a los que ya no creían en nada. El pibe de Las Perdices tomó la pelota al minuto 31 del primer tiempo, tras una cesión de Martín Pautasso. Imaginó que el mundo era de él e instantes después lo conquistó. Fue un instante mínimo de tiempo el que tardó en girar y acomodarse para el pie izquierdo, mientras Tomás Charles intentaba desatar el nudo que acababa de hacerle el de la camiseta número 11 celeste. Y tardó otra mínima porción de tiempo en volver a girar, esta vez para el lado derecho.

El defensor de la Gloria no sabía qué pasaba. Todas las miradas estaban en el punta pirata. Su pierna derecha se elevó suavemente. La pelota era el destino de ese sablazo que estaba a punto de partir el aire que corría más mojado que nunca en el Chateau. La circunferencia de su pierna derecha fue perfecta. Ideal para empujar la pelota al arco. A donde la red se infla. A donde el suspiro se transforma en delirio. A donde el silencio se convierte en explosión de algarabía. Y la clavó abajo. La metió en un lugar imposible para Laureano Tombolini.

Y se entregó en cuerpo y alma. Y explotó con ese grito sagrado hermoso. Esa comunión de sentimientos expresadas en tan sólo tres letras pero que reúnen todo el contenido posible. La G de gloria. La O de oportunidad. La L de libertad. Tres letras que conforman la palabra gol.
Una palabra con la que Pablo Chavarría comienza a hacerse amigo. Una palabra hermosa que se encuentra en ese momento preciso. En ese minuto 31 del primer tiempo. En ese instante inolvidable que quedará sellado por siempre en los diarios, en los videos, en el recuerdo de muchos.

Porque fueron dos enganches seguidos. Porque se convertirán en moldes para los más chicos y, por qué no, para los grandes. Porque los picapiedras querrán ser supersónicos. Porque todos querrán llenarse de gloria. Porque todos buscarán esa oportunidad, que tarda, pero llega al fin. Porque todos querrán sentirse libres. Porque todos querrán correr, volar y entregarse a la marea celeste en un estadio que deliró en un momento único, en un instante preciso.

En ese instante en que Pablo Chavarría se vistió de héroe para estampar su nombre en uno de los goles más lindos de este último tiempo. En el gol con el que Belgrano venció 1-0 a Instituto.

Gentileza. Día a Día

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